¿Qué tal? ¿Cómo os ha ido todo este tiempo?
Creo que he dejado pasar casi... ¿Tres semanas? desde la última publicación, que no está nada mal.
No son precisamente unas vacaciones, pero sirve para refrescarse un poco del día a día. Al final, uno se queda sin historias, y la monotonía se va comiendo la mesa por el centro.
De todas las cosas que tengo para contaros, empiezo no por la más importante, pero sí por la -para mí- más interesante, y es que por causas y casualidades de la vida, le estoy dando clases de guitarra a un chaval de 16 años.
Esto ante todo, me halaga. Porque realmente, yo no soy profesor de música, ni soy yo quien se ha ofrecido. Me halaga, porque él (que es amigo de mi hermana), en algún momento me ha escuchado tocar desde el pasillo de mi casa, a hurtadillas. Le ha gustado lo que ha oído, y se ha preguntado si podría aprender alguna parte de todo lo -mucho o poco- que sé, a cambio de una compensación económica no lucrativa.
Y no es que fuera mi sueño ser profesor de guitarra, pero me hace ilusión la idea de que un chaval pueda ir correteando por ahí, tocando esto y aquello, y que en el fondo, parte de la culpa de que sepa hacer lo que haya aprendido, sea mía.
Me gusta, porque yo, a la edad de 12 años, sabía y tenía muy claro que lo que yo quería hacer era tocar la guitarra. Hoy por hoy sé que nunca será de manera profesional, y que jamás me ganaré la vida con ello. Pero a los 12 años, yo era un enano estúpido y soñador (y además estaba gordo), y me alegro de ello. Por aquel entonces, yo no sabía nada. Ahora tampoco, pero antes muchísimo menos.
Y fue precisamente eso lo que hizo que por un rato que duró un par de años, me olvidara de lo que realmente tenía que hacer. Hice un ligero paréntesis, me dediqué a aprender el instrumento como si no hubiera otra cosa, y después seguí estudiando para adulto.
Gracias a la guitarra, conocí a un buen grupo de gente, y empecé a dibujar las primeras pinceladas de lo que soy ahora por dentro. Seguí conociendo a gente, fueron buenos tiempos. Entonces tenía amigos de verdad, de esos que sólo se tienen a los 12 o a los 40 años: Amigos de esos, que pase lo que pase, saben que irían hasta la última contigo, a tu lado.
Fueron tiempos buenos, tiempos difíciles en casa, pero buenos tiempos. Tiempos que tuve que aprender a torear a golpe de púa y rasgueo. Las 6 cuerdas en madera de roble han sido durante muchísimas horas mi mejor sedante. Gracias a la guitarra, he podido empezar a escribir, a crear. A sentarme en el recreo con mis amigos, y contarles qué tenía por dentro sin abrir la boca.
Gracias a la guitarra, le he podido decir a un par de personas lo que siento por ellas. Y gracias a eso, también, me he dado cuenta de que sólo una de las dos me ha mirado siempre a los ojos cuando se lo decía. Muchas de mis canciones, tienen nombre y apellidos. Ir de frente es importante, pero mirar a los ojos mientras se siente lo es todo.
La música ha sido mi apoyo desde los 12 años. Ahora, es parte de mí. Si sintiera la necesidad de tatuarme algo, estoy seguro de que la música tendría su rincón en esa calcomanía permanente de mi hombro.
Por eso, me hace tanta ilusión que aquello por lo que yo he cogido en parte tantas fuerzas para sobrellevar un poco todo, sea lo mismo que un pequeño zagal quiera aprender. Está claro que para él nunca va a significar lo mismo que para mí, pero me gusta pensar que es esa esencia aquello de lo que se quiere empapar alguien.
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Siento haber dejado crecer tanta hierba. De verdad, ya estoy escribiendo cosas.
A veces, la inspiración se toma unos días.
Como he dicho al principio del artículo, tengo más cosas que contaros, así que podéis volver a pasar sin miedo, que habrá cosas nuevas.
Un saludo desde la silla de mi cuarto, nos vemos pronto. (:
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